Emociones positivas y comunicación familiar

La Psicología Positiva pretende resaltar el papel fundamental que juegan las emociones positivas en el desarrollo de las personas. Es preciso aclarar que ni una emoción negativa es mala ni una positiva es buena, dado que esta concepción errónea está muy extendida.

Las emociones, en sí mismas, no son ni buenas ni malas. El término positivas o negativas hace referencia al hecho de ser agradables o no. En realidad, todas las emociones tienen la función de propiciar nuestra adaptación al entorno. Nos protegen de peligros, facilitan la comunicación con los demás, intervienen en la toma de decisiones, marcan nuestros intereses o nos ayudan a reconocer y corregir errores cometidos, entre otras funciones. Actúan provocando cambios a nivel fisiológico y cognitivo para ayudar a enfrentarnos a estímulos relevantes para nosotros.

Las emociones, en sí mismas, no son ni buenas ni malas. Todas las emociones tienen la función de propiciar nuestra adaptación al entorno.

Son cuantiosos los estudios científicos que explican, entre otros extremos, las funciones adaptativas de las emociones. Así, se ha demostrado que el miedo nos prepara para protegernos ante un peligro percibido (dispone físicamente al organismo para huir o atacar). La tristeza restaura heridas surgidas en las relaciones interpersonales (favorece el aislamiento social, propicia la introspección). El enfado nos ayuda a poner límites a los demás para defender nuestros derechos (alzamos la voz o nos mostramos amenazantes).

Sin la utilidad de estas emociones podríamos ser atacados, heridos emocionalmente o no respetados. Por tanto, una emoción, aunque desagradable, tiene una función útil para nuestra adaptación. Eliminarlas o anularlas indiscriminadamente no siempre sería una opción acertada.

Se ha descubierto que las emociones positivas tienen el rasgo común de ampliar y enriquecer el pensamiento y las conductas, siendo también una fuente de reserva de recursos físicos, intelectuales, psicológicos e interpersonales para momentos futuros de crisis.

Los estudios científicos las relacionan directamente con un pensamiento más abierto, flexible y elaborado. Favorecen la integración de distintos tipos de información y generan soluciones más creativas y novedosas a los problemas. Por otro lado, se les otorga un rol protector de la salud frente a la adversidad, pues actúan de tal manera que retrasan la aparición de enfermedades físicas y mentales. También existen resultados que demuestran que las personas con mayores índices de felicidad, viven más años.

Las emociones positivas tienen el rasgo común de ampliar y enriquecer el pensamiento y las conductas. Y las personas con mayores índices de felicidad, viven más años.

Estos hallazgos sugieren que las emociones positivas tienen un gran potencial en infinidad de contextos. Para sacar su máximo provecho es necesario conocerlas, aprender a manejarlas, incluso inducirlas voluntariamente. Uno de los campos de aplicación más interesantes es el relacionado en la convivencia familiar y la comunicación entre sus miembros.

Así, cuando somos testigos de actos que reflejan lo mejor del ser humano surge una emoción denominada elevación, que provoca en quienes están presentes en estos actos, un deseo de imitación y de ser mejores personas. A este tipo de emoción positiva son especialmente sensibles los adolescentes. La emoción de elevación genera un estado cognitivo de gran receptividad para ellos, que en otra situación sería complejo lograr. Exponiéndoles a estas situaciones, el adulto puede lograr una conexión profunda con sus deseos de cambiar y de ser mejores.

Estas oportunidades pueden surgir espontáneamente o ser propiciadas presentándoles testimonios, películas, noticias o simplemente compartiendo con ellos actividades que les conecten con personas heroicas en situaciones difíciles (por ejemplo a través de voluntariado). Compartir con ellos este momento emocional abre una vía de comunicación directa y constructiva.

Por otro lado, poner límites a adolescentes resulta en ocasiones dificultoso. El adolescente puede servirse del mal humor y del enfado como forma de protegerse ante una reprimenda o corrección esperada. Generar una emoción positiva, felicitándole por algo bien hecho o reconociendo una cualidad provoca un cambio cognitivo. Atenúa su actitud defensiva, preparándole cognitivamente para recibir la corrección. Tras exponer el mensaje nuclear se puede finalizar propiciando un nuevo estado positivo para lograr mayor receptividad en futuras correcciones y menor reactancia ante la emoción de enfado o disgusto por la corrección recibida.

Generar una emoción positiva provoca cambios cognitivos.

La eficacia de los refuerzos sociales en los niños se basa en que generan emociones positivas. Una alabanza, reafirmar al niño lo mayor que es o lo mucho que se le quiere, es generar en él una emoción de orgullo, satisfacción, protección. Las emociones positivas, además, contagian. Cuando un adulto observa cómo el niño expresa estas emociones, el adulto también se siente bien. Esta retroalimentación ayuda al adulto a repetir el refuerzo, estableciéndose así una dinámica de refuerzos mutuos que favorecerá el desarrollo del rol de padres y de hijos en un clima familiar agradable con una comunicación más eficaz.

Las emociones positivas favorecen mayor receptividad en los niños y fijan mejor en el recuerdo el límite que queramos enseñarles. Cuando se les señala que algo está bien o mal, realmente no atienden cognitivamente al mensaje. Aún son pequeños para comprenderlo. En el fondo, atienden a la consecuencia emocional que su conducta provoca en el cuidador significativo. Son “especialistas emocionales” y captan inmediatamente si el adulto se enfada, se pone triste, le presta atención, se alegra o se ríe. Estas emociones son las primeras guías para su comportamiento y la elaboración de su sistema de valores primarios.

Las emociones positivas favorecen mayor receptividad en los niños y fijan mejor en el recuerdo el límite que queramos enseñarles.

Para lograr una comunicación real con el niño, es preciso hacerlo en un plano emocional. Si se desea fomentar una conducta se puede mostrar una clara alegría y hacérselo saber. Cuando hay que poner un límite basta con mostrar enfado o tristeza adaptados a su edad. Validar sus emociones también es una forma de conectar con ellos de forma eficaz. Por ejemplo, ante una rabieta se puede expresar que comprendes que le de rabia tener que apagar la televisión (validación emocional que conecta con el niño), pero que ya es la hora y que el enfado se puede manifestar de una manera más adecuada.

 

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