La psicología positiva defiende el derecho de cada persona a tener una vida plena y satisfactoria. Cultivar aficiones es una experiencia fundamental que nos ayudará en nuestro camino de conseguir el bienestar personal.

Cada vez encuentro con más frecuencia adolescentes con expresiones como: “me siento fracasado”, “estoy de bajón”, “me aburro, no tengo nada que hacer”, “paso el día de la tele a la cama, de la cama a la tele”.

Lo llamativo, al menos para mí, es que son chicos y chicas de entre 15 y 30 años con una alarmante falta de vitalidad, que cuentan con muy pocos recursos personales para aprovechar con plenitud su juventud. Parecen espectros que penan su existencia a la espera de que pasen los días sin saber muy bien para qué.

Muchos de estos jóvenes se encuentran sin ocupaciones debido a diversas circunstancias personales, familiares o sociales. No estudian, tampoco trabajan, ni hacen en su día a día nada motivador. En definitiva, pasan la vida sin proyectos de futuro y sin saber en qué ocupar el tiempo más allá de una pantalla de ordenador o móvil.

La falta de motivación diaria y su consiguiente inactividad es fuente de frustración personal, lo que conlleva en muchos casos el desarrollo de síntomas depresivos y de ansiedad que pueden iniciar verdaderos trastornos afectivos. El que una persona no ocupe en nada su día puede resultar un riesgo para su salud mental.

Frente a este planteamiento “plano” de vida, la psicología positiva nos recuerda la importancia de cultivar y fortalecer los aspectos más positivos de cada persona para lograr una vida más plena y prevenir enfermedades físicas y psicológicas. Estos aspectos son llamados factores de protección, que son habilidades, estados mentales, o actividades que nos protegen frente a trastornos psíquicos y ayudan a experimentar una vida más satisfactoria.

Ante la falta de ocupaciones diarias –también frente al exceso de las mismas-, uno de los factores de protección para la salud mental más importante es el desarrollo de actividades de ocio y las aficiones personales.

Las aficiones ayudan a desconectar de los problemas durante un tiempo, aportando equilibrio psíquico frente a la alternativa de dar constantemente vueltas a las preocupaciones por no tener en qué ocupar la mente. Practicarlas permite a la persona salir de sí misma y atender otras cosas. De esta forma se crea un espacio común que sirva para la expresión de emociones pero también para interesarse por los demás.

Uno de los problemas que presentan estos jóvenes es una alarmante incapacidad para entretenerse por sí mismos. Leer, hacer colecciones, practicar deportes, voluntariados, intereses culturales, manualidades, etc., son ocupaciones que muy pocos de ellos ejercen. Esta falta de iniciativa por el entretenimiento provoca muchas veces la búsqueda de un sustituto del aburrimiento. Los excesos en la vida nocturna, el alcohol o las drogas pueden tener esta función compensadora de su desidia.

Las aficiones surgen a partir de dones personales (una persona creativa que pinta cuadros, por ejemplo), pero también a partir de aprendizajes que se han adquirido con el tiempo (la fotografía, hacer colecciones, etc.). Todo el mundo puede –y debe- tener un amplio abanico de actividades y gustos que le entretengan.

Una época clave para adquirir aficiones es la infancia. Es importante que los padres tomen conciencia de que los niños no sólo han de saber matemáticas, inglés o geografía. También hay que prepararles para que incorporen todas las aficiones posibles, probando cosas nuevas y respetando sus gustos y necesidades. Practicar estas actividades entre padres e hijos ayudará a trasmitir el valor del entretenimiento. Los colegios también pueden contribuir en este ámbito, ofreciendo a los alumnos la oportunidad de descubrir actividades nuevas dentro del diseño curricular.

En definitiva, es necesario cuidar las aficiones. Nuestra salud mental y física lo agradecerá.