Los sucesos traumáticos provocados por el hombre (atentados, accidentes, etc.) o por la naturaleza (inundaciones, terremotos, etc.), suponen una terrible experiencia para quienes los sufren. El reciente accidente de tren ocurrido en Santiago de Compostela ilustra el violento impacto psicológico que supone para las víctimas y sus familiares.
En estas circunstancias críticas la actuación médica es crucial, pues está encaminada a salvar vidas y a curar graves heridas. Sin embargo, tan importantes son estas intervenciones como las encaminadas a atenuar y sobrellevar las secuelas psicológicas de estos sucesos traumáticos. Es aquí donde emerge la figura del psicólogo quien, en ocasiones como las de Santiago, puede resultar fundamental para el difícil proceso de adaptación de los afectados y sus familiares.
¿Qué papel juega un psicólogo en estas situaciones? En primer lugar, he de resaltar que no todos los psicólogos están cualificados para intervenir. Es preciso que sean profesionales con formación clínica y experiencia en situaciones de crisis, ya que se trata de situaciones muy delicadas. Han de ser personas psíquicamente sanas y con el suficiente control emocional como para no derrumbarse ante circunstancias tan trágicas e impactantes.
Estos profesionales juegan un papel clave en los primeros momentos ante la incertidumbre sobre lo que ha ocurrido, la angustia por saber qué ha podido suceder a las personas queridas o la terrible noticia de un fallecimiento. Su figura sirve de nexo entre el mundo psíquico del afectado, que en esos momentos se encuentra desestructurado y a punto de desmoronarse, y el mundo externo y real que es percibido como extremadamente amenazante.
El psicólogo, en la situación de crisis, se centra en el acompañamiento de la persona afectada, sirve de apoyo emocional y trata de minimizar el daño psicológico sufrido. De alguna manera presta su estructura psíquica- no dañada- a la víctima, con el fin de ofrecer una referencia emocional que le ayude a sentirse mínimamente segura. De esta manera, la persona afectada puede centrarse en la elaboración emocional de lo que está viviendo, aspecto que será clave para su posterior adaptación y recuperación.
En estos momentos, tan delicados, el psicólogo maneja técnicas de comunicación y de contacto cercano con las personas, basado en la escucha activa, la empatía, compresión, actitud cercana –sin ser invasivo- y respeto por el proceso personal de cada uno.
Es importante recalcar que no todas las víctimas necesitan una intervención psicológica, ni en el momento del suceso ni en los posteriores, cuando recupere su vida. El familiar de un afectado por el accidente de tren de Santiago de Compostela exclamaba “¡No estoy loca! No necesito un psicólogo!”. Respetar el deseo de cada una de las personas es fundamental para no ser una carga más que soporte la víctima. No obstante, conviene pactar algún tipo de seguimiento con ellos, no invasivo, por si más adelante comenzaran a experimentarse síntomas reveladores de un trastorno depresivo, estrés post traumático o un duelo patológico.
Aunque resulte extremadamente duro, la mayoría de las personas afectadas terminan por retomar su vida con cierta normalidad. Acaban por ubicar el suceso traumático en su experiencia aunque ello implique aún un profundo dolor. Sin embargo, este sufrimiento podrá vivirse bajo cierto control emocional de forma que éste no termine por gobernar sus vidas. Para todo ello, la figura del psicólogo desde el mismo momento del impacto puede ser de gran utilidad.